sábado, 2 de diciembre de 2017

David Hernández Sevillano

                                David Hernández Sevillano  

      "Lo que tu nombre tiene de aventura" (Editorial Hiperión)




Las cuestiones fundamentales que preocupan y ocupan a los seres humanos y que los poetas tratan de abordar con un estilo u otro, con unos u otros formalismos, no suelen llevarse a cabo forzosamente, en lugares específicos.
Esa actividad mental, puede darse tanto en viajes exóticos, visitas a entornos naturales o retiros místicos, como en ambientes urbanos, en el lugar de trabajo, o en la casa propia.
Aun no siendo primordial quizá, para la creación poética, el lugar, sí le confiere a la creación un sustrato arquitectónico, un armazón, en el que pueda convenientemente fluir el mensaje que se desea transmitir.
En el caso de David Hernández Sevillano, al que tengo hoy el enorme honor de introducir en la presentación de su poemario “Lo que tu nombre tiene de aventura”, el lugar es, en su mayoría, la Naturaleza y los elementos a ella cercanos, con los que convive desde hace años; los cuales aportan un vocabulario específico, bucólico y atávico en ocasiones, (con la riqueza semántica que eso supone), que se mezcla con el más actual de una persona joven, como él, que lucha para llevar adelante sus proyectos, imbricados en el mundo que le toca vivir.
Estos ingredientes, aun aportando las condiciones necesarias para tener entre nosotros a un buen poeta, no serían suficientes para contar, como contamos, con un excelente escritor segoviano reconocido a nivel nacional, que, para los que no sigan de cerca su trayectoria, tiene publicados ya, seis poemarios y que ha conseguido premios de alto nivel como, entre otros, el Miguel Hernández en 2009, el Hiperión en 2010, Jaén 2012 o este Premio Valencia 2017, que hoy se presenta en Segovia con el título de “Lo que tu nombre tiene de aventura”.
¿Qué es pues, lo que convierte la obra de David en sobresaliente, qué es lo que hace que los jurados, formados por poetas de renombre, se rindan una y otra vez a los encantos de esta poesía actual, moderna y a la vez entrañablemente descriptiva y de lectura plácida y comprensible?
Para explicarlo yo recurriría al ajedrez. Es el ejemplo que mejor me hace entender las sutiles diferencias entre lo normal, lo bueno y lo excelente.
Me explicaré.
En una partida de ajedrez entre jugadores con cierta experiencia, cualquiera de ellos, podría aguantarle al campeón del mundo unas diez jugadas, sin que la táctica y la técnica empleadas pudieran hacer sospechar que la balanza vaya a desequilibrarse a uno u otro lado del tablero.
Esto equivaldría a decir, en nuestro caso, que, si no profundizamos suficientemente en la obra de determinados poetas de similares características, en principio podría darse un empate técnico, respecto a su calidad.
Pero en ajedrez, como en poesía, existe un momento en el transcurso de la partida, en la composición del poema, en que la mente, que en apariencia, sólo en apariencia, se deja llevar por la inspiración, comienza a sugerirse a sí misma, de forma intensa, posibilidades novedosas, creativas, comienza a analizar objeciones a lo planeado, la conveniencia de repetir o no movimientos, de abusar o no de las metáforas, de insistir en los matices, de sopesar la trascendencia de aquella jugada que precede a otras y luego a miles, en el caso del ajedrez o de una frase oportuna y no manida, que antecede a otra de sentido más profundo y ésta a otra cada vez más refinada y sustancial, en el caso de la poesía.
Existe un momento pues, en el que la capacidad del jugador, ahora poeta, decide ejecutar un movimiento habilidoso, una frase arriesgada, un giro emocional en el relato, un análisis limpio, simple y brillante, que conduce al contrincante a la derrota, o en nuestro caso literario; a niveles de concreción poética ajustada a la comprensión del receptor, del lector, en los que mediante una compleja sencillez, lo dicho alcanza un nivel superior al de otros escritores, que queriendo decir quizá lo mismo, no consiguen llegar con el acierto debido, con la sutileza adecuada, a aquellos que escuchan o leen sus versos.
Y ese es el mérito de David Hernández Sevillano: la compleja sencillez con la que nos llega e impacta, la compleja sencillez con la que en lo poco, nos aporta mucho más de lo que pueda aparentar, en principio, esa forma fluida de decir y de tratar las palabras inteligentemente.
De todos estos detalles aquí apuntados, podréis tener constancia en la obra que se presenta hoy “Lo que tu nombre tiene de aventura”, editada por Hiperión, donde David Hernández Sevillano ejerce de habilidoso poeta, colocando las frases adecuadas, incisivas y sugerentes en un poemario que consigue de forma eficaz y contundente, ganarnos la partida y también llegar, como lectores, a una conclusión que para el poeta es el mayor de los halagos: “Si yo escribiera poesía y quisiera expresar esa idea, lo hubiera dicho de esa forma”.
Yo resistí la tentación, hace días, de llamar a David para preguntarle sobre ciertos aspectos de este poemario que he leído en profundidad y con fruición, pero acto seguido, me dije que debía de afrontar el reto de su interpretación en solitario.
Y creo que ha sido un acierto, porque así he podido analizar la obra de forma aséptica, a diferentes niveles, y no principalmente a nivel argumental.
Dicho argumento, vosotros mismos podréis juzgarlo, resulta ser amoroso en primera instancia, pero al igual que David, en alguna entrevista, declara que “en su poesía la contemplación del paisaje es algo externo”, yo añadiría a esa primera externidad, a ese  primer soporte del nucleo fundamental del poemario, el argumento amoroso como segunda externidad, que sirve aun teniendo sentido por sí misma, como paso al “sancta sactorum”, al meollo argumental, que es en mi criterio “el enfrentamiento con la madurez y la aceptación de todo aquello que siendo vital para una persona, (en este caso David), ha dejado de tener la frescura y el ímpetu de la juventud, para pasar a ser sentido, como algo más predecible, más adaptado a la realidad diaria que hay que reinterpretar, que hay que asimilar según los acontecimientos se van presentando.
Ya no es, en primera instancia, el poeta, el que le dice a la vida lo que quiere de ella, el que la exige, sino que ha pasado a una estancia más íntima de la experiencia, donde seguir amando lo que le rodea, pero de un modo más adaptativo, comprensivo y reconocedor de las limitaciones y no por eso menos enriquecedor.
Así podríamos citar pasajes delatores de esta idea, en el poema “A modo de dedicatoria” (P9), donde se dice “La imperfecta parte habitable que es perfecta, de la que no nos avergonzamos y que nos ayuda a ser todo”, o en “Improvisación” (P12) donde se lee “Amar a medio gas, también deja secuelas permanentes”.
El reflexionar a partir de este estado de madurez lleva al poeta a hacer reconsideraciones incluso sobre el más allá, como en “Lo que habrá” (P17) donde dice refiriéndose a ese después de la vida: “Tú estarás allí para que acaso yo pueda estar allí también contigo”, o en “Ahora que estamos a tiempo” (P23) hablando de “un dios que manda siempre las cartas sin remite”
Vemos que David Hernández Sevillano, hace de ese modo, una poesía del todo, en el que la vida se considera como el algo que nos ocurre y que creíamos controlar, pero que a veces tenemos que reconducir y reconsiderar.
No es cuestión de ser conformistas, llegadas ciertas etapas de la vida, ni de poner límites específicos a los propósitos, pero sí de ser reconocedores de que lo que tenemos más cercano, es lo que puede darnos más satisfacción a largo plazo.
Puede que asistamos en el poemario, también, a pasajes que, en la misma línea apuntada, el poeta construye, para utilizarlos como terapia vivencial, para darse ciertas seguridades por encima de la transitoriedad y lo efímero de la existencia.
Así en “Lo que habrá” (P17) podemos leer “Amor, te estoy hablando de la muerte por si no quedan sílabas a mano cuando llame a mi puerta.” o también en “Dolor” se lee “¿Qué quieres que te diga, dolor, si ya me cuentas tú todo lo que no sé de mí?.”

“Lo que tu nombre tiene de aventura” aparte de todo lo comentado, tiene muchas más lecturas, entre ellas, la evidentemente amorosa, que en cada uno de vosotros producirá quizá un efecto, una interpretación diferente.
Además de este variado contenido amoroso-existencial tan sugerente, encontraréis el “continente” formado por el rico lenguaje poético de David y la correspondiente musicalidad sencilla, natural y envolvente, a la que nos tiene acostumbrados en sus poemarios.



El mundo onírico de David Hernández Sevillano
es sin duda un lugar amable en que quedarse;
teniendo en cuenta
“lo que sus versos tienen de aventura”.
Lo mismo podemos decir de la lumbre real,
donde se funden sus afanes diarios, con la naturaleza
que amorosamente le circunda.
Estamos pues, en brazos de su lírica,
ante una forma envidiable e íntegra
de vivir la poesía;
y a hombros de su esfuerzo y pundonor,
ante un modo consecuente y radical
de vivir la vida.
Todo lo que sale de sus versos
es fruto de la determinación y compromiso apuntados
y por tanto merece la pena recorrer con él, en sus textos,
esa particular interpretación de la experiencia vital.

  

                                                                                 Norberto García Hernanz

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